Hay vinos que saben a cerezas, huelen a hojas secas o, incluso se deshacen en la mirada como una fina cortina de pétalos de rosa. El oro comestible también se disfruta con los sentidos, pero viaja más allá. Hablo de pasión. Ese sentimiento me lleva hasta Estambul (Turquía), al Ciragan Palace Kempinski, donde probablemente se hace uno de los postres más caros del mundo: la tarta de oro del sultán. La receta, si me permitís el comentario, invita al pecado. Está hecha con premeditación (no sé si con alevosía), porque su elaboración comienza dos años antes de condenarte al ‘infierno’ con su disfrute. Así que, un poco de paciencia. Sin un poco de sufrimiento, no se goza igual. Vamos a la cocina… Ummm… higos, melocotón, peras y otras frutas cuyo origen permanece en secreto se marinan durante dos años en ron jamaicano puro. El colofón lo ponen unas trufas negras caramelizadas, que no tienen desperdicio. Ufff… pura pasión rematada con una capa de oro que no deslumbra, ¡pervierte! Pero calma, calma, volvamos a la Tierra. Los maestros cocineros del Ciragan Palace Kempinski tardan tres días en componer este pecado de oro que se va a los mil dólares. ¿Te atreves a cocinar la tarda dorada del sultán? El oro comestible va por nuestra cuenta.
Vía: The desert page
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